Por Beniezu
Traigo a estas páginas un artículo de un autor catalán interesante,
José A. Rodríguez, tomado de su Blog "Observatorio de
Ciberpolitica" Un artículo que trata sobre la petulancia del integrismo
nacionalista español sobre Catalunya. Un artículo que desenmascara las
carencias democráticas del Régimen y resalta sus poses dominantes heredadas de
su referencia franquista
Hablar
de “España”, como metáfora del poder de verdad el del estado, el que se ejerce
desde la estructura de poder institucional fuerte, económico y mediático. Esa
España siempre se ha relacionado con otras estructuras sociales e
institucionales de forma extractiva. España se comporta como un maltratador
narcisista, que extrae un suministro para sus intereses privados y considera a
los demás no como personas con sus necesidades e intereses auténticos sino como
extensiones de si mismo.
España,
el maltratador le ha importado bien poco las quejas de Catalunya. Las ha
tratado siempre con displicencia y como “manías de alguien demasiado sensible”.
España ha intentado modelar Catalunya a su manera mientras Catalunya intentaba
modelar la relación para poder encajar en ella.
España
ha jugado a luz de gas con Catalunya, incumpliendo promesas, truncando
acuerdos, corrompiendo el espíritu de su propia Constitución y por último
utilizando los tribunales de garantías para un uso privado. Nunca ha
considerado otro actor y otros intereses que él mismo, todo se hacía
siempre desde su óptica y desde su egoísmo. Si en algún momento se cedía algo a
Catalunya era porqué en el fondo España quería algo de ella.
Catalunya
lleva luchando por la relación durante décadas, ofreciendo alternativas,
renegociaciones, nuevos pactos. Mientras que para España todos estos gestos no
eran más que quejas y negociaciones eran fruto de una personalidad
demasiado intensa, demasiado quejumbrosa. España ha creído siempre que
Catalunya era un niño díscolo que no se quería acomodar a lo que es lo
“normal”. España como buen maltratador no entendía que el otro actor
pudiera estar incómodo, que pudiera sentirse maltratado y manipulado y que eso
en el fondo fuera algún problema.
Catalunya
intentó poner etiquetas a su relación y poder reconducirla “relación en un
estado plurinacional”, “estado de autonomías”, “federalismo”, “estado
descentralizado asimétrico”. España aceptaba algunas etiquetas pero todo era
una farsa, Catalunya no es y nunca ha sido “nadie”, es paisaje, en cuanto
pasaba la crisis el pacto se ignoraba. El maltratador no puede ver al otro
actor como un igual y por tanto sus demandas son equivalentes a las que hace un
animal doméstico a su dueño. Si place se le complace, pero no se negocia con el
ganado.
Y
como toda relación tóxica en la que la víctima quiere dejar de serlo, el
maltratado comenzó confrontando al maltratador. Primero poniendo en la mesa que
es posible romper la relación. Como todo maltratador para España eso es un
imposible. Nunca un maltratador rompe una relación tóxica, la puede dejar en
suspenso, aparcar a esa persona ÉL, ¿pero que le abandonen? Eso es inaceptable.
Como
España nunca se creyó que Catalunya podía dejarle, se dedicó a ignorar las
alertas. Catalunya planteó una ruptura pactada, intentando ver si por el camino
había maneras de reconstruir la relación. Pero el maltratador no puede negociar
con alguien que no considera un igual. Por tanto, la vía de la ruptura pactada,
civilizada, con posibilidad de rescatar la relación se volvió inviable.
Puesta
contra la espada y la pared, Catalunya reaccionó como las víctimas de un
manipulador y maltratador cuando por fin deciden romper la relación y salir de
la trampa. A mordiscos, revelándose, rompiendo las normas, pateando el tablero
de juego. La reacción le sorprendió a España. Como si esta reacción no
estuviera bien anclada en la no salida a una situación inviable creada por la
propia España, esta hizo la inversión, se comportó como víctima. “Mirad como me
trata Catalunya, está pateando la Constitución, las leyes, el orden y lo que es
aceptable”. Como a un maltratador que el maltratado un día se gira y le grita a
la cara delante de todo el mundo lo que ha vivido, este se presentó como el
agredido. El mecanismo de proyección psicológica en versión institucional.
Golpes de estado. Atentado a la democracia. Ignorando que todo es una reacción
para poder salir y escapa
Catalunya
le ha puesto un espejo a España. Y lo peor que se puede hacer a un maltratador
narcisista es ponerle un espejo delante que le confronte con su realidad. Eso
es lo que ocurrió ayer. Y ahora España está ante el espejo.
Como
lo estuvo cuando los cubanos y filipinos le declararon la guerra. Cuando España
perdió Cuba y Filipinas la ruptura emocional duró toda una generación. Y en
este caso la herida va a ser más profunda. Catalunya ha luchado por la relación
y es aún una mejor fuente de suministro. Y al igual que en el 98, España,
cuando pierda a Catalunya, se bunkerizará emocionalmente. Y no aprenderá
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